Muy pocos poseen el valor para ser juiciosos, pues serlo implica olvidarse de la seguridad personal y entregarse al riesgo de vivir, aceptar el dolor como condicion de la existencia, cortejar la duda y la oscuridad como precio de la sabiduria , armarse de tenacidad en el conflicto y acptar siempre las consecuencias de vivir y de morir.
Si, son pocos los juiciosos, en realidad el mundo esta lleno de comunes y abnegados, de hipocritas felices y autómatas milenarios; pero tambien existen personas terriblemente cuerdas que no llegan a sentirse cabalmente acptadas por la sociedad y que se caracterizan en la trayectoria de su destino porque el suicidio es para ellos el modo mas probable de morir .
Es preciso, entonces, reconocer que el suicidio es el acto deliberado de una persona para quitarse la vida, un acto de suprema valentia, no de cobardia; porque es muy dificil tomar la pistola y darse un tiro, envenenarse o arrojarse desde un octavo piso. No hay duda, para ser suicidas se debe tener un gran valor, sólo así se puede enfrentar la muerte.
Pero sí consideramos al suicidio desde un punto de vista metafisíco, como lo hace Hesse, la cuestion es muy clara, en este sentido los suicidas se nos ofrecen como los atacados del sentimiento de individuación, como aquellas almas para las cuales ya no es fin de su vida su propia perfeccion y evolución, sino su disolución, tomando a la muerte, a Dios, al todo. Y como buscamos objetividad, debemos mencionar el punto de vista social, donde se considera al suicidio simplemente como un caso de muerte que resulta, directa o indirectamente, de un acto positivo o negativo ejecutado por la victima misma, con plena conciencia del acto y del resultado que éste produce normalmente.
Increíblemente, las diferencias son enormes y atroces, lo que para algunos es una salida estupida, para otros es destino, y para muy pocos un momeno de valentía.
Sin embargo, es erróneo llamar suicidad sólo a las personas que se asesinan voluntariamente, entre éstas hay muchas que se hacen suicidas, en cierta forma, por casualidad y de cuya esencia no corresponde al suicidismo; aquellas que se quitan la vida porque no tienen las agallas para matar a otro; o esas que son masoquistas y se matan sólo para provocar culpa en otras personas.
¿Que ocasiona entonces la idea de suicidio? La pregunta es sorprendente, no solo por sus implicaciones filosoficas y eticas, sino porque los protagonistas nos dejan a su paso infinitas cuestiones y tratar de responderlas es jugar con el fracaso, pretender comprender razones es apostar a callejones sin salida, e intentar explicar es una tarea que gira entre lo ocioso y lo imposible; pero las preguntas están ahí y deben existir respuestas que satisfagan a los no suicidas. La respuesta tal vez es un pavoroso cortejo de causas. Opinan unos que el clima influye; otros que hay predisposición frenológica; otros más que es el medio ambiente en que se vive; éstos que por las decepciones amorosas; aquellos que por las crisis económicas; los de más allá que por la falta de cultura y educación del carácter; unos más dicen que el virus morboso del suicidio radica en el individuo; y los que faltan dicen que por la congestión de las grandes ciudades, por vivir de prisa, por el vértigo del progreso, por el cine, por las drogas heroicas, por la puerilidad de las naderias, por todo lo frívolo, por todo lo inconsistene; y no conformes con todo ésto, hay algunos que ven el suicidio como un atroz atentado originado por la falta de catolicidad y la influencia de doctrinas extrañas.
Aunque posiblemente la respuesta sea más simple; quizá cada quien es dueño de su vida y puede decidir lo que le venga en gana.
Aqui es cuando muchos preguntan, como Shakespeare, ¿qué es más noble?, ¿soportar el alma, los duros tiros de la adversa suerte, o armarse contra un mar de desventuras, hacerles frente y acabar con ella? Siendo conscientes de ser nuestros propios tiranos, imaginamos tambien como Shakespeare, que un sueño da fin a la angustias y mil males que hereda la carne, y morir es entonces, una meta digna de ser intimamente deseada.
Sabemos que no hay nada más seguro que el propio cuerpo y que no es necesario suprimir el alma de un golpe. ¿Pero , quien sabe realmente lo que nos ofrecen los caminos que conducen hacia atrás? ¿Quién tiene la certeza de que el propósito sea algo más que tratar de reconquistar una posesión de otro tiempo? No muchos, suponemos.
Suponemos tambien, que es ley común que todo cuando vive por fuerza ha de morir, que el sempiterno ha dictado una ley contra el suicidio y que todo el resto es silencio.
No sé. La verdad es que cuando la idea te llega, no hay nada que la detenga, ni la opinión de los críticos, ni horas de terapia, ni los miles de antidepresivos; bueno, no sé de los demás, de mi sólo puedo decir que nunca he cerrado la puerta que conduce una prorroga perpetua.
-Roma